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Soy Laura, una mujer autista diagnosticada de adulta. Soy de Almadén, (Ciudad Real), y esta es mi historia.

Nací en 1993 y fui prematura. Entonces no había Atención Temprana, y además nací con problemas de corazón y pulmones, por lo que, aunque nací en Puertollano (Ciudad Real), nada más nacer y sin que mi madre me conociera, porque nací por cesárea, me llevaron al Hospital de Alarcos en Ciudad Real, donde estuve ingresada en la UCIN un mes y medio. Cuando me dieron de alta, el jefe de neonatología les habló a mis padres de que el seguimiento me lo hicieran en Madrid, en el hospital Gregorio Marañón, donde estuve en seguimiento hasta los 5 años.

Paralelamente, a todo esto, obviamente fui creciendo, y aunque nadie se dio cuenta, ya había señales de autismo. A los dos años, un verano durante la siesta, me salí de la cuna y empecé a hacer filas con plastilina. A los 3 años, me regalaron un Diccionario Infantil que enseguida «leí», y después me puse a coger un diccionario de mi abuela, (de adultos), y empecé a leerlo. Mi recuerdo de la Etapa de Educación Infantil es agridulce. No fui a guardería (Escuela Infantil) porque al ser la primera hija de mis padres y además prematura, mis padres tenían miedo de que los niños me contagiaran algún virus, y además se podían hacer cargo de mí. Así que al entrar al colegio con 3 años, antes además no había período de adaptación, me costó bastante. También es verdad que ese curso tuve a muchos maestros y sustitutos. Con 4 y 5 años, al empezar con la lectoescritura, se empezó a ver que yo no cogía bien el lápiz, y la maestra les dijo a mis padres que necesitaba ayuda. Estuve durante años en un centro psicológico en mi pueblo pero nunca consiguieron que cogiera bien el lápiz.

Cuando pasé a Educación Primaria, empezaron los peores años de mi vida. Empezó el bullying, y como además yo era muy «patosa», las clases de Educación Física eran lo peor para mí. Nadie me quería en su equipo y cuando me quedaba la última y tenían que tenerme en su equipo, protestaban. Me pasaba los recreos sentada al lado de las maestras, y tanto en el colegio como en el instituto, los maestros fueron mis mejores amigos. Cuando tenía 10 años, ayudaba a una de mis tías a cuidar de una niña pequeña. Es ahí cuando decidí que quería ser maestra de Educación Infantil, aunque era algo que me rondaba por la cabeza desde los 6 años. Cuando iba a 6° de Educación Primaria, estaba deseando de que llegara el recreo porque la maestra de 3 años de Educación Infantil de mi colegio me dejaba entrar en la clase y ayudarla con los peques. Eso me salvó de no estar sola en los recreos ese año.

Llegó el paso a secundaria y empezó «el matadero». Yo no decía que iba al instituto, decía que iba al matadero. El bullying creció hasta el punto de que me hacían bullying alumnos más pequeños que ni siquiera conocía. En 4°ESO, con 16 años, decidí contarle a mi madre lo que pasaba. No lo había hecho antes porque lo hice en el colegio y cuando mi madre iba a hablar al colegio siempre le decían que «eran cosas de niños». Mi madre entonces le dijo al director que si esto no se solucionaba, iba a denunciar al instituto, a lo que el director le contestó que no le amenazara. Gracias al orientador que había en mi instituto, a mi tutora de 4° ESO, y después, a mis profesores de Ética/Filosofía y Latín y Griego, el tema del bullying se intentó atajar. Aún así, cuando estaba en Bachillerato y como yo ya sabía que el Inspector estaba por encima de la dirección del instituto, cada vez que el inspector iba al instituto, me sacaba de la clase y me llevaban a un aula donde estaban los alumnos que no dejaban dar clase para que yo no pudiera hablar con el inspector. Aún con todo esto, yo me refugié en los libros, y eso fue lo que me salvó. A mi madre le dijo el orientador que «yo me refugiaba en los libros para aprobar año por año y no volver al pueblo nunca», y, prácticamente, así es hasta el día de hoy. Saqué muy buenas notas siempre, exceptuando Educación Física y Dibujo Técnico, y eso me permitió poder realizar la carrera que siempre había querido: Magisterio.

Por otro lado, y paralelamente a todo esto, yo empecé en Salud Mental Infanto-Juvenil con 8 años. Con psiquiatras y psicólogos que lo único que me decían era que tenía baja autoestima por el bullying y, por ello, ansiedad y depresión. Ese fue mi diagnóstico durante años y a partir de ahí empecé a tomar psicofármacos. Multitud de ansiolíticos, antidepresivos, estabilizadores del ánimo, antipsicóticos… ninguno me hacía nada, entonces me los cambiaban por otros. También hacía psicoterapia, pero no funcionaba porque no se estaba yendo a la base del «problema», es decir, no se estaba viendo que era autista porque no estaba diagnosticada. Entonces, mis padres decidieron que íbamos a probar con profesionales sanitarios privados. Más psiquiatras y psicólogos, más medicación y psicoterapia, pero mismo resultado. Nada funcionaba porque nadie me diagnosticó autismo.

Así llegué a los 18 años. Momento en el que me tuve que ir a Ciudad Real capital porque empezaba la carrera, y como ya sabemos que a los autistas nos cuestan los cambios, eso es exactamente lo que me pasó, sólo que yo entonces no entendía porqué me pasaba porque yo todavía no sabía que era autista. Empezaron las clases y me hablaban de estudiar cientos de horas, además de las horas de clase, yo lo cogí literal y me agobié. Pensé, si el día tiene 24 horas y tengo que venir a clase, ¿cómo voy a estudiar cientos de horas y eso multiplicado por 8 asignaturas? Tampoco me hacía a estar fuera de casa y empecé a ir a un nuevo psiquiatra. Mismo resultado, cambio de pastillas cada semana pero sin hacerme nada. Al final, y tras un ingreso involuntario de 48 horas en Psiquiatría, conocí al psiquiatra que posteriormente me diagnosticó autismo. Yo tenía 19 años. Lo conocí en noviembre de 2012 y ese año fue el peor año de mi vida «gracias» a ese ingreso involuntario en Psiquiatría, que según el me dijo, me hizo más mal que bien y me terminó produciendo TEPT (Trastorno de Estrés Postraumático). 6 meses después, y después de verme al principio cada semana, después cada 15 días y después 1 vez al mes, me diagnosticó autismo. Esto fue en 2013 y yo no acepté el diagnóstico hasta meses después de su fallecimiento en 2019. Durante los 7 años en los que Germán fue mi psiquiatra, me ayudó muchísimo, y aunque nunca acepté mi autismo mientras él vivía, gracias a él, ahora sé porqué soy como soy y he dejado de culparme por ser diferente.

Con 19 años, también me diagnosticaron Hipertensión Intracraneal Benigna o Idiopática, una enfermedad de las consideradas raras o poco frecuentes, y de la cuál había empezado a tener síntomas a los 8 años pero al ser paciente de salud mental y sufrir bullying en el colegio y el instituto la pediatra decía que lo «hacía por llamar la atención» o que era «psicosomático», por desgracia, nada más lejos de la realidad.

Cuando acepté mi diagnóstico y me acepté tal y como soy, no sólo me ayudó que Germán, así se llamaba el psiquiatra que me diagnosticó autismo, me hubiera diagnosticado autismo, sino que empecé a conocer gracias a Instagram a otras mujeres autistas diagnosticadas de adultas. En ese momento, yo no conocía a otras mujeres autistas diagnosticadas de adultas, y llegué a pensar que mi caso fue una excepción, un error. Cuando conocí a más mujeres autistas gracias a las RRSS, decidí cambiar mi cuenta de Instagram personal y privada por una cuenta pública y de divulgación y activismo sobre autismo en primera persona. De esto en julio hará 4 años. También en julio hará 4 años desde que me detectaron las Altas Capacidades (AACC). Cuando me diagnosticaron autismo, yo tenía un amigo psicólogo experto en AACC que me dijo que yo era AACC, pero al no aceptar mi diagnóstico de autismo, no quería ni oír hablar de otro diagnóstico más. Por último, el año pasado, y después de leer mucho sobre el tema, me dice el perfil sensorial donde salió que tenía Desorden del Procesamiento Sensorial.

Y así llegamos hasta la actualidad. Donde ahora sé, que soy excepcionalidad múltiple (autista, AACC y DPS) y con una enfermedad rara o poco frecuente que es neurodegenerativa.

Aún así, y aunque actualmente estoy saliendo de unos meses, desde febrero, donde he estado bastante mal, estoy orgullosa de ser quién soy y de todo lo que he conseguido a pesar de las circunstancias y sin ayuda. Soy maestra, que es lo que siempre había querido ser, y no sólo de Educación Infantil, porque en la facultad, me enamoré de la Educación Especial y decidí hacer también la especialidad de Pedagogía Terapéutica (PT). Tengo un máster en Neurociencias Aplicadas a la Educación, soy Guía Montessori de 0 a 3 años, y aún siendo autista, sigo aprendiendo sobre autismo cada día.

Soy una mujer autista diagnosticada de adulta, autista nivel 1, con comorbilidades o coocurrencias como ansiedad, depresión, TEPT, TCA, DPS, SOP… pero aún pudiendo hablar y sin tener discapacidad intelectual, sigo siendo autista, y también necesito apoyos. De hecho, tengo una discapacidad reconocida del 39%.

Yo nunca voy a necesitar los apoyos de un autista nivel 3, y un autista nivel 3 va a necesitar los apoyos que yo necesito, pero ambos somos autistas porque el autismo es un espectro muy amplio, y ambos necesitamos apoyos.

Gracias a la psicoterapia he pasado por un proceso de deconstrucción donde he ido recordando anécdotas que dejaban claro que soy autista, aunque nadie lo viera antes. De hecho, 3 psiquiatras diferentes y una psicóloga me han dicho que no entienden como no me diagnosticaron antes, porque soy una autista «de manual». Actualmente, estoy en seguimiento con psiquiatra, psicóloga y terapeuta ocupacional, y por desgracia, aún necesito tomar psicofármacos.

Si quieres saber más sobre mí o sobre el autismo mi Instagram es público: @lauraenelespectro

Gracias por leerme.

Laura Jurado Aliseda 

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